Por Ricardo Raphael
Sería ignorante suponer que bajo la selva donde se pretende construir el tramo cinco del Tren Maya no hay vestigios prehispánicos importantes.
El sitio arqueológico de Tulum es la evidencia incontrovertible, pero no única, de esta afirmación. Ese trazo atraviesa una extensa geografía de 121 kilómetros de largo donde hubo asentamientos fundados desde hace mil 400 años. ¿Qué dice la comunidad de antropólogos y arqueólogos respecto de esta obra?
La discusión pública que ha despertado el Tren Maya, en el tramo que va de Tulum a Cancún, trae memorias ingratas de otras barbaridades.
En 1960, cuando comenzó a edificarse el conjunto habitacional Nonoalco-Tlatelolco, el arquitecto Mario Pani, fascinado con la modernísima hazaña encomendada a su persona para construir mil 200 viviendas, ignoró la existencia de uno de los sitios arqueológicos más importantes del Valle de México.
No fueron relevantes en ese momento las estructuras exhumadas, entre 1944 y 1956, del Templo Mayor de Tlatelolco: sobre ellas Pani quería un espejo de agua para que se reflejara la torre proyectada por el arquitecto Ramírez Vázquez, que habría de albergar a la Secretaría de Relaciones Exteriores.
No fue hasta que ocurrió un saqueo contra aquellos vestigios que los arqueólogos reaccionaron y el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) reconsideró rescatar los principales edificios. Esas obras se detuvieron en 1968 y no retomaron su curso normal hasta 1987, cuando el maestro Eduardo Matos Moctezuma se hizo cargo del proyecto.
En el presente esta anécdota debería llamar la atención sobre lo que significa poner en riesgo un patrimonio histórico tan importante como el de la civilización maya, subordinándolo a la fuerza destructora de la obra pública contemporánea. Ninguna intención, por más buena que se pretenda, debería suplir a la inteligencia y la responsabilidad que se merece la protección de un patrimonio que es maya, mexicano y también de la humanidad.
Zoom: Si el tramo cinco del Tren Maya se construye a un costado de la actual carretera de asfalto, el riesgo de destrucción se reduciría considerablemente. ¿Será que Andrés Manuel López Obrador tenga disposición para escuchar a las autoridades del INAH sobre lo que mejor conviene?